En el vestuario dorado de la Mansión Luna Azul, un recinto exclusivo y alejado de la ciudad, Selena y Alejandra se alistaban para un duelo como ninguno que hubieran tenido antes. Selena, con su piel oscura, cabello rizado y un leotardo blanco que se ajustaba como una segunda piel, se miró al espejo, pasando los dedos por sus rizos y ajustando el tirante. Una sonrisa llena de confianza adornaba su rostro.
Alejandra, por su parte, con una piel blanca como la porcelana, una melena negra que le llegaba hasta la cintura y un leotardo similar al de Selena, se sentó por un momento. Cerró los ojos, tomando una profunda respiración, mientras visualizaba la batalla que estaba por comenzar.
La puerta del vestuario se abrió, revelando una piscina bañada por la luz de la luna. El reflejo plateado del agua contrastaba con la oscuridad de la noche, y las luces del recinto creaban destellos en la superficie acuática. Era un escenario digno de un combate épico.
Con miradas cargadas de desafío, ambas se aproximaron al centro de la piscina. El agua, fría y reluciente, les llegaba hasta la cadera, añadiendo una resistencia extra a sus movimientos. El reflejo de las luchadoras en el agua parecía duplicar la intensidad de la confrontación.
Selena, siempre audaz, fue la primera en atacar, intentando un agarre técnico. Sin embargo, el medio acuático jugó a favor de Alejandra, quien logró esquivar y contrarrestar con un poderoso golpe de antebrazo. El choque del impacto provocó ondas en el agua que chocaron contra los bordes de la piscina.
Alejandra, intentando sacar ventaja, buscó inmovilizar a Selena, pero esta, con su experiencia, logró darle la vuelta. Utilizando la profundidad del agua, Selena comenzó a sumergir la cabeza de Alejandra repetidamente, aprovechando cada segundo que la mantenía bajo el agua para desorientarla y debilitarla.
Alejandra, luchando por respirar y con el agua entrando en sus pulmones, intentó resistir. Pero la presión y la falta de oxígeno la llevaron al límite. Con un último esfuerzo, sacó su cabeza del agua y gritó, "¡Basta! ¡Me rindo!".
Selena, con el cabello empapado pegado a su rostro y una sonrisa de satisfacción, levantó un brazo en señal de victoria, mientras Alejandra tosía y trataba de recuperar su aliento. No satisfecha con solo la victoria, Selena se acercó a Alejandra y, con un movimiento rápido, le quitó el leotardo, tomándolo como un trofeo de su triunfo.
El silencio llenó la noche, solo interrumpido por el murmullo del agua que se calmaba y los jadeos de Alejandra. En ese instante, Selena y Alejandra no eran solo luchadoras; eran leyendas de la Mansión Luna Azul, que serían recordadas por siempre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario